sábado, 29 de mayo de 2010

Capítulo I: La Invitación

¿Cuál es el sentido de la vida? ¿Qué propósito? ¿Qué finalidad? ¿Sentimiento? Demasiadas preguntas para un primer día, pero así fueron disparadas, avasallándonos desde el primer momento de la entrada en escena. Una sucedía a la siguiente y las respuestas dadas por los distintos integrantes del nuevo grupo en el que me encontraba nunca bastaban para responsarlas. De hecho se quedaban bastante cortas en muchas ocasiones. No obstante, enseguida me empapé de este clima participativo y empecé a soltarme en clases, llegando incluso alguna vez a romper el hielo. Dado que en mi licenciatura no son habituales los debates en el aula y que las respuestas de estas clases a las preguntas de los profesores suelen tener un cariz descriptivo, que tiende a adecuarse a los contenidos de la materia, sin intenciones de trascender más allá o de fomentar la participación. Me resulta sorprendente ahora, a posteriori, que llegase a participar tan asiduamente en la asignatura. Me recordaba a mi mismo en los primeros cursos de la carrera, cuando todos debatíamos sobre nuestras concepciones implícitas de lo que era ésta o aquella otra cosa.

Pues bien, el sentido de la vida puede entenderse de múltiples maneras: como significado de la vida, a nivel ideotético o individual, es decir, como el valor de una vida de un ser vivo cualquiera y si, más concretamente, hablásemos de un ser humano, yo diría que el significado de la vida de esa persona es la consecución de unas metas que se plantea; entendiendo sentido como dirección, osease, ¿hacia dónde se dirige la vida? La respuesta es hacia organismos cada vez más y más complejos. Por último, como sentimiento, concibiendo el sentido como el sentir, ya sea emocional o perceptivamente. A pesar de que ahora pudiera parecer irrelevante, considero interesante detenerme brevemente en este punto para que pueda captarse cuál era realmente la dinámica de esta materia, pues ¿qué es la vida? ¿qué delimita la vida de la no vida? Esta pregunta no es baladí, ya que dependiendo de la respuesta pueden derivarse distintas implicaciones bastante serias. Parece prudente fijar el punto de corte en la célula, la unidad elemental de vida, gracias a la cual ha sido posible la evolución de la vida hacia sistemas, como decía antes, de mayor complejidad: desde las células procariotas y eucariotas hasta el propio planeta o el mismísimo universo, pasando por los seres humanos, las sociedades o los ecosistemas. Y en un sentido individual ¿qué sentido tiene la vida de una persona? Depende de los valores y motivos de ese sujeto. Podemos entendernos como meros sistemas de metas, con ciertas necesidades que tratamos, en mayor o menos medida y con distintos grados de éxito, de alcanzar. Somos, no obstante, mucho más, pero el significado de nuestras vidas dependerá del que queramos dotarle.
Sea como fuere, el sentido de la vida es vivirla a un nivel individual, disfrutarla a un nivel sentimental, y perpetuarse en un sentido direccional, continuar y permanecer en el tiempo.

A los pocos días de iniciar el curso, recibí una extraña carta anónima, sin remitente. El sobre estaba manuscrito con una letra bastante elegante y cuidada, de trazos suaves y delicados, nada que ver con el mensaje que en su interior la misiva transmitía:

Hemos estado observándote. Recibirás noticias nuestras próximamente. No hables de nosotros pues no existimos.

Atte. Das Kreis

Inquietante cuanto menos. Al principio pensé que se trataba de una simple broma de mal gusto, y le resté importancia. Sin embargo cuando empecé a indagar por Internet en seguida encontré multitud de explicaciones, cada una más turbadora y alarmante que la anterior. Kreis en alemán significa círculo, y es una palabra que se utiliza para designar a un grupo o sociedad de personas con intereses afines. El más famoso de todo pude considerarse Eranoskreis, una congregación secreta de sabios, científicos, investigadores y especialistas que se reúnen ocho días para tratar aspectos diversos de un mismo tema.
La verdad es que me gusta desempeñar el papel de aprendiz, así que la posibilidad de unirme a un círculo de eruditos me entusiasmaba. Pero no todas las versiones eran igual de optimistas. De hecho, en un blog de un supuesto ex-figurante de la asociación anterior, se critica que la temática de la que versan las últimas reuniones del grupo es de ocultismo y misticismo, una corriente contraria al espíritu crítico y científico con el que fue creada.

Semanas más tarde, un compañero de “el sentido de la vida” se acercó a mí con motivo de las distintas opiniones y puntos de vista que había expuesto y defendido en el aula. Me sorprendió bastante este suceso puesto que mis intervenciones no eran nada espectaculares, es más, tendían a pasar desapercibidas y a no llamar en exceso la atención. Se llamaba Hans von Stauffen, un chico de estatura media y complexión delgada, de rostro enjuto y cabellos castaños y coincidía conmigo en varios aspectos así como en algunas aficiones. Apenas cruzamos un par de frases me dijo que había despertado el interés de das Kreis y que si me veía con ganas, podía explicarme un poco más al respecto. Al principio me sobresalté considerablemente, no podía creerme que ese chico tuviera algo que ver con la misteriosa nota, hasta podía haber sido él quien me la enviase. A pesar de todo, conseguí mantener la compostura y acepté de buen grado su invitación, pues la curiosidad me corroía por dentro.

Resultó que das Kreis era un grupo clandestino dedicado principalmente a la contemplación de temas ocultistas. Era raro verme en aquella situación: yo, un escéptico consumado aceptando iniciarme en una especie de secta satánica. Tenía su gracia, desde luego. Actuaba más movido por indagar sobre todo aquello que porque creyese en ello realmente.
Hans me facilitó el acceso a varios libros sobre el tema, ya que hasta que no tuviese suficientes conocimientos sobre el objeto de estudio y contemplación de das Kreis no podía presentarme ante ellos. Tomos de magia negra, compendios de criaturas, invocación, poderes psíquicos… un montón de basura, pero en nada se diferenciaban de las novelas que solía leer ni de los libros de ciencia ficción que tanto me gustaban. Era como ser un personaje de todas aquellas novelas de mi adolescencia, el pupilo, el aprendiz.
Es sorprendente cómo algo tan habitual como la lectura de un libro pueda ser percibido como un acto tan íntimo. A menudo me he visto asalto por este pensamiento cuando veo leer a otras personas novelas que he leído hace un tiempo. A veces, la relación mantenida con la historia llega a un nivel tan profundo, es capaz de marcarte tanto que se hacer extraño ver a otras personas pasar por ello.

Mientras el mundo se veía inmerso en una triple crisis (financiera, medioambiental y de valores), yo me sumergía cada vez más y más en el mundo de lo oculto lo espiritual. Llegamos a tratar estos aspectos en clase por encima, empezando por la más superficial de todas ellas: la económica. La problemática está servida cuando el ritmo del desarrollo actual de las grandes potencias económicas y de las emergentes requiere de una explotación de recursos muy superior a la cantidad de la que dispone el planeta. ¿Por qué no cambiamos? La respuesta con la que nos encontramos nos arrastra a la segunda de la crisis, la de valores: porque cambiar el consumo global implica cambiar el individual, renunciando así a una calidad de vida y a al comodidad de occidente y ello es algo que no todo el mundo está dispuesto a asumir. Existen posturas y planteamientos económicos alternativos que se proponen terminar con este problema, como el decrecimiento. Este sistema postula una reducción de la calidad de vida en los países enriquecidos y un crecimiento moderado en los empobrecidos, de manera que podamos sobrevivir de acuerdo a los recursos disponibles. No obstante, este tipo de propuestas enseguida son tildadas de utópicas y, pese a que es una alternativa viable, los gobiernos locales tienden a desecharlas con preocupante facilidad pues se preocupan más de los problemas a corto plazo, que pueden granjearles el apoyo del electorado, que lo más remotos en el tiempo.
No sé cuál es la solución, pero está claro que seguir sin hacer nada no va hacer más que incrementar el problema medio ambiental que nos acompaña desde hacer ya varias décadas. También se ha dado una gran controversia en este punto, ya que se asume dogmáticamente la existencia del problema cuando científicamente no hay un consenso y más de una teoría que lo niega. Es preocupante la poca difusión de estas teorías y del rechazo social que pueden llegar a producir esgrimirlas en según qué foro. Sea como fuere, seguir con este ritmo de consumo no sólo puede acentuar el cambio climático –exista o no realmente- sino que terminará con los recursos naturales, suceso que podría terminar con la vida, y su sentido.

La ciencia se ha convertido en el nuevo dogma, la nueva religión. Hemos cambiado el “amén” por el “científicamente probado”. La ciencia no sólo se ha puesto junto al estado y acomodado a sus demandas, sino que es además la herramienta utilizada por las empresas para aumentar las ventas de sus productos y contrastar empíricamente su eficacia –si pasar una encuesta a veinte mujeres sobre si les gusta un bálsamo hidratante es el empleo riguroso del método científico. Se me antoja paradójico que la forma de conocer más crítica que disponemos se haya convertido en una herramienta prescriptiva cuyos designios son incognoscibles.
¿Y todo para qué? Para aumentar los ingresos, por la historia de siempre: el dinero. ¿Y qué es el dinero? La base de nuestro sistema financiero (en crisis), una divisa que no dispone de un respaldo material. Hace un siglo, el dinero estaba respaldado por las reservas en oro de cada Estado. Sin embargo llegó un punto en el que no era suficiente. Debido a los procesos de enredamiento del Estado con las entidades bancarias, proceso mediante el cual se crea el dinero, tuvo que abandonarse las reservas de oro y emplearse el soporte informático para respaldarlo, el mundo virtual. Por lo tanto el dinero no existe físicamente, es fe de los consumidores en el sistema. ¡Compramos los bienes y servicios con fe en un sistema autodestructivo!

Si hubiera estado atento en lo que sucedía ahí fuera, ciertamente podría haber aprendido algo de utilidad. Pero los libros de Hans me tenían completa y absolutamente absorbido. Por un lado, me resultaba increíble que alguien pudiese haber escrito todas esas patrañas en serio y, por el otro, me fascinaba la forma de abordar de los distintos autores los temas. Si bien en algunos textos los argumentos de los autores eran infantiles y los razonamientos disparatados, otros se mostraban prudentes y exponían coherente las virtudes y las limitaciones de su modelo teórico, algo encomiable habida de los temas sobre los que versan.

2 comentarios:

B. dijo...

Pues ahora este ya no lo leo!

Nevem dijo...

Me parece bien, beatriz.